El mes de septiembre marca la época de muchas tradiciones ligadas a las Fiestas Patrias, sin embargo hay una que no figura en la primera línea de las actividades dieciocheras, pero desde hace mucho tiempo se mantiene arraigada en la cultura campesina.
Esta actividad de primavera es la búsqueda y cosecha del digüeñe o pinatra, hongo silvestre comestible propio de los bosques nativos, que suele crecer en las ramas de los árboles del género nothofagus, como el roble o el hualle.
El digüeñe es un hongo parásito no agresivo, de nombre científico Cyttaria espinosae, que tiene una textura algo pegajosa en la superficie y está cubierto por una membrana blanca que, a medida que el hongo madura va perdiendo, dando paso al color naranjo-salmón que lo caracteriza cuando ya está completamente maduro.
La recolección se realiza alcanzando los hongos con varas largas, o lanzando palos hasta la altura donde estos se encuentran, de esa forma la acción de cosechar el digüeñe requiere destreza y a menudo es una actividad familiar.
Se puede consumir directamente al cosecharlo o bien en distintas preparaciones, como ensaladas. Es bajo en calorías, ricos en fibra y proteína vegetal, además abunda en ácido fólico por lo que tiene cualidades antioxidantes.
Lo anterior implica que, de ser un humilde recurso comestible conocido y buscado solo en el entorno rural, pasara a tener un lugar en la lista de la cocina gourmet, tanto así que hoy es servido en distintas preparaciones en Europa y Asia.
Sin embargo la gradual desaparición del bosque nativo, agravada por prácticas como la tala indiscriminada, pone en peligro la conservación de esta especie comestible, que ya es un elemento patrimonial de nuestro sur.
Además su cosecha indiscriminada también atenta contra la continuidad del digüeñe, por eso es recomendable no quitar todos los hongos de un árbol, como una forma de asegurar que sigan reproduciéndose.
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