Yo no miro televisión chilena. Cuando mucho, algunos noticieros. El resto no vale la pena y menos mal que ahora hay muchas alternativas para encontrar algo mejor”.
Me lo han dicho varias personas al conversar sobre el tema. Más que varias, mejor dicho, y las razones que arguyen son generalmente muy similares: programación deficiente, farandulera e intrascendente, mucha cebolla, insoportable cantidad de comerciales, rostros demasiado vistos (de planta o invitados) dando vueltas de canal en canal, evidente privilegio de lo banal sobre lo sustancial, etc., etc.
La verdad es que cuesta asumir como abogado del diablo e intentar convencerlos de que están equivocados y que tenemos la mejor televisión del mundo o por lo menos de América Latina, como en algún momento, hace muchos años ya, pareció ser cierto.
De partida tenemos los matinales. Y digo de partida a pesar de que hay informativos madrugadores que en realidad no alcanzo a captar quiénes los siguen, porque a esa hora la mayoría de los mortales todavía estamos durmiendo o algo más activos, como en el caso de los jóvenes, pero mirando noticias, muy pocos.
Los matinales, en cambio, son muy convocantes y por eso hay tanta guerra por la sintonía entre ellos. El resultado de este conflicto depende en importante medida del grado de simpatía que despiertan de los animadores. No los voy a nombrar, pero parece que una pareja basta bien afiatada y buena para la talla basta para sacar ventajas.
De los matinales hay dos cosas que no me gustan. Una se da cuando los conductores se ponen a hablar de ellos mismos, como si fuesen lo más importante del planeta. Y lo otro es que pueden pasarse toda la mañana dedicados a analizar en profundidad temas tan importantes como el de la señora que denuncia a un inquilino que no quiere entregar la pieza aunque le debe 14 meses de renta.
Ni hablar cuando el asunto es más llamativo, como un caso policial más violento que lo habitual. Ahí pueden estar toda la semana sin modificar el rumbo. En tales situaciones no pueden faltar las entrevistas exclusivas al fiscal, a los jefes de la policía, a los testigos y a los infaltables vecinos metiches que cuentan su versión de la historia, aunque vivan a diez cuadras del lugar de los hechos y que los detalles les hayan llegado de rebote, porque se los contó una comadre que tiene una hermana que conoce a una tía de la víctima o del victimario. Y, lo que nunca va a faltar es que la tragedia deja niños huérfanos. Al final, ni sumando todas esas voces el espectador logra armarse un cuadro razonablemente digerible de lo que efectivamente ocurrió.
Otro detalle importante de nuestros canales en pugna. Se entusiasmaron enviando a cubrir la invasión de Ucrania por parte de Rusia a sus reporteros estrellas. La mayoría ya está de retorno mientras los telespectadores todavía estamos esperando un golpe noticioso sobre las grandes cadenas europeas o estadounidenses, que al final de cuentas son las que nos han contado la historia. A su pinta y de acuerdo con su conveniencia, por supuesto. En todo caso, vistió bien la presencia chilena en el frente mismo de batalla. Bue…, un poquito más lejos.
No queda más que concluir que con razón la gente prefiere irse a ver una película en algún canal de cable o en alguna de las tentadoras plataformas dedicadas al cine y sus variantes. Lo malo es que hay que pagar por ellas o colgarse a algún potentado cercano dispuesto a gastar por estos placeres, aunque ahora las empresas quieren colgar a los colgados.
A propósito de placeres televisivos pagados y coincidentes con uno de los puntos de discusión en la Convención Constitucional, está el tema de las transmisiones del fútbol profesional chileno, a cargo de una empresa monopólica de señal pagada y repagada, que solo se asocia con un canal abierto para emitir el peor (en el papel y el cálculo de los entendidos) partido de la semana.
Resulta que la empresa a cargo no solo ofrece los cotejos a través de señales pagadas, cable o satélite, sino que lo hace con un sobrepago, porque no basta con contratar los servicios de un distribuidor básico, de esos en que se puede ver un Real Madrid-París Saint Germain, sino que además hay que pagar otro buen poco por ver el torneo local y encontrarse con partidazos tipo San Felipe con Melipilla, donde los pundonorosos jugadores hacen lo que pueden mientras los relatores y comentaristas sacan lo mejor de su repertorio tratando de convencer al espectador que está viendo el equivalente a un Liverpool-Bayern Munich o Manchester City-Chelsea y que los hombres en la cancha son superiores a Messi, Mbappé y Lewandosky juntos.
Sin embargo, no basta con eso. Como habían prometido transmitir todos los partidos de la Primera B, que ahora lleva un pomposo nombre comercial, lo hacen programando de martes a jueves, lo que ha terminado por alejar a los sufridos hinchas de los estadios, y además se permiten exigir un nuevo sobrepago por algunos encuentros que van en simultáneo con otros, es decir, el abonado paga una vez por tener señal básica, que no incluye el poderoso fútbol doméstico; luego paga un adicional para tener señales premium y ahí sí ver al Colo y compañía, pero, como si fuera poco, hay que volver a meter la mano en el bolsillo si Ud. tuvo la mala suerte de haber nacido hincha de Fernández Vial o Temuco, como ya ha ocurrido.
En la Convención ya se ha hablado con convicción de poner fin a los monopolios en los medios de comunicación. Si lo logra, el fútbol nacional va a tener unas cuantas hachitas para afilar y el millonario negocio se va a ver en serios aprietos.
Habrá que ver si esta vez va a alcanzar con las exageraciones de los narradores y comentaristas para salvar el buque.
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